Antonio Gramsci / Odio a los indiferentes
11de febrero de 1917
Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere
decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano
y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no
vida. Por eso odio a los indiferentes.
La
indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera
potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad;
aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes
mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que
sucede, el mal que se abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres
abdica de su voluntad, permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta
podrá derogar; consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un
amotinamiento conseguirá luego derrocar. La masa ignora por despreocupación; y
entonces parece cosa de la fatalidad que todo y a todos atropella: al que
consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no
sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. Algunos lloriquean piadosamente,
otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera
tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado?
Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas.
Soy partidista, estoy vivo, siento ya en la consciencia de los de mi parte el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos.
Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas.
Soy partidista, estoy vivo, siento ya en la consciencia de los de mi parte el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos.
Vivo, soy
partidista. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes.
Noam Chomsky y las 10 Estrategias de
Manipulación Mediática
15 Septiembre 2010
El lingüista Noam
Chomsky elaboró la lista de las “10 Estrategias de Manipulación” a través de
los medios
1. La estrategia de la
distracción
El elemento
primordial del control social es la estrategia de la distracción que consiste
en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los
cambios decididos por las elites políticas y económicas, mediante la técnica
del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones
insignificantes. La estrategia de la distracción es igualmente indispensable
para impedir al público interesarse por los conocimientos esenciales, en el
área de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la
cibernética. ”Mantener la Atención del público distraída, lejos de los
verdaderos problemas sociales, cautivada por temas sin importancia real.
Mantener al público ocupado, ocupado, ocupado, sin ningún tiempo para pensar;
de vuelta a la granja como los otros animales (cita del texto ‘Armas
silenciosas para guerras tranquilas)”.
2. Crear problemas y
después ofrecer soluciones.
Este método
también es llamado “problema-reacción-solución”. Se crea un problema, una “situación”
prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que éste sea el
mandante de las medidas que se desea hacer aceptar. Por ejemplo: dejar que se
desenvuelva o se intensifique la violencia urbana, u organizar atentados
sangrientos, a fin de que el público sea el demandante de leyes de seguridad y
políticas en perjuicio de la libertad. O también: crear una crisis económica
para hacer aceptar como un mal necesario el retroceso de los derechos sociales
y el desmantelamiento de los servicios públicos.
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