sábado, 26 de septiembre de 2009

Gracias Conatel


Cuando en mi casa no teníamos televisión nos íbamos por las noches a verla donde una prima vecina nuestra, allí veíamos, en especie de tertulias televisivas, las programaciones de entonces; y en casa de unos amigos que vivían como a dos cuadras de nosotros, veíamos los juegos de futbol y de béisbol; por las tardes cuando estábamos de vacaciones, hacíamos de todo menos ver televisión, a no ser que hubiese Mundial de fútbol, Serie Mundial de béisbol u olimpiadas.


Hay un poema cuyo autor lamentablemente no recuerdo, que dice algo como: "el primer día desaparecerán las vallas publicitarias, el segundo día desaparecerán los televisores, el tercer día los autos y sus sonidos..., el séptimo día quedará el silencio y nos miraremos cara a cara...".

Una persona puede estar todo un día con el control en la mano pasando de manera casi irracional canales y canales, sin detenerse en ninguno hasta que el sueño le vence y entonces se cobije hasta el otro día, sin recordar lo que vio en medio de ojos entre abiertos y cerrados. Es como una costumbre, un ritual, casi como persignarse, como pelearle al insomnio el derecho al descanso.

No es difícil imaginar una pareja de novios o esposos horizontales en su cama, ojiabiertos, risueños o apesadumbrados (dependiendo del programa claro), en silencio mirando la tele o discutiendo por quién maneja el control. No es difícil imaginar a la mujer, quejándose interiormente de lo poco que el marido le presta atención por un inútil juego de futbol, o al contrario el marido por una inútil telenovela.

Cuando eran pocos los canales de televisión para ver (no había cable) las personas sólo veían ciertos programas, el resto del día o la noche, lo dedicaba a la "desaparecida" visita a los amigos, a sacar las sillas para la conversadera nocturna, a pararse en la esquina a esperar a alguien, a ver a los niños jugar al escondite o al ladrón y al policía, a conversar, a discutir, a contarse el trajín del día, a reírse, a mirarse, a conquistarse o simplemente a leer en solitario. Hoy en día pues las personas mandan a callarse porque el galán de la telenovela está que le declara su amor a su bella doncella o la pobre muchachita, delgadita y bella, pobrecita y desprotegida, está a punto de saber que es la heredera más rica del mundo y al fin va a salir de abajo, o Messi está a punto de meter el mejor gol de la historia.

Cuando no hay buena programación las personas "inventan sus entretenimientos". Recuerdo que para un diciembre, con un grupo de familias amigas alquilamos unas cabañas en el páramo de por acá; llevamos televisores, DVD, juegos de video para los niños; y en aquella estadía paradisíaca y friolenta jamás salieron de sus cajas esos "entretenimientos tecnológicos" y era que había muchas cosas que hacer.

Ahora bien, hay que ser bien optimista para pensar que un país que sabe qué hacer cuando la televisión no le entretiene se va a encadenar a ver a una sola persona horas y horas; es difícil imaginar entonces a la parejita sin pasar el control ensimismada, ruborizada, viendo cómo un señor echa cuentos y cuentos y cuentos, cómo nadie saca sus sillas y se para en la esquina a esperar quién pasa, cómo los aficionados al fútbol compran una caja de cerveza para ver la cadenita del sábado en la tarde o la del miércoles en la noche, cómo los niños dejan de jugar con sus vecinos el video de moda "porque es que está hablando el que te conté".

Pues Conatel, muchas gracias, ya sabremos qué hacer. La televisión no es la única forma que existe para sentirnos vivos, ya sabremos qué hacer; parafraseando el poema aquel: las personas nos volveremos a ver las caras, apagaremos los televisores y frente a frente hablaremos de nuevo.


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